Nadie es nadie (Ella–Él)
Instalación, 2006. Hologramas, hierro y cristal. 200 x 100 cm
—¿Quién anda por ahí?
—No es nadie, soy yo.
Esta frase, muy común en nuestra vida cotidiana, me ha llevado a preparar este trabajo debido a su contenido y significado dentro de nuestra cultura. En ella nos escondemos –mostrando y ocultando la visión que tenemos de nosotros mismos, nuestro conocimiento incierto, nuestras dudas, nuestra dependencia de las apariencias– perdidos entre la realidad y su reflejo» (Pepe Buitrago).
No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes.[…] los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. […] Ninguno […] Es el hombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, […] Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. […] Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien. Y si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende […] y lo cubre todo. […], vuelve a imperar el silencio, anterior a la Historia” —Octavio Paz, El Laberinto de la Soledad
Díptico concebido como desnudos escultóricos, estatuas moldeadas con palabras holográficas. Adán y Eva expulsados del paraíso y enredados en palabras de Octavio Paz de El Laberinto de la Soledad. El sentimiento de la soledad, nostalgia de un cuerpo del que fuimos arrancados, es nostalgia de espacio. Somos una silueta que desplaza todo su volumen en el espacio, pero también somos múltiples individuos fragmentados. Sólo la lectura completa de todos los fragmentos, que contienen a la vez características de las figuras completas, dota de todo el sentido a una silueta anónima, en la que nos podemos reconocer. (Carmen Dalmau. Fragmento del Catálogo MEIAC “El discreto encanto de la tecnología”)